Pensé que me pasaría el resto de mi vida dedicada a cuidar
de mi muerte, que casi es lo mismo que quedarse para vestir santos, pero, no va
a ser así.
Vuelvo a sentir ratoncillos en mi estómago, como aquella vez
que me enamoré profundamente de la que creía la mujer de mi vida. Pero este fin
de semana, tal como estaba pronosticado por la física cuántica, me he enamorado
locamente de nuevo. No ha sido un flechazo, ha sido lo que debía ser.
Todo ha ocurrió en un andén de tren, con un gran retraso de
este. La gente, enfadada por el mal servicio y la mala información, empezó a
hablar entre ella. La chica que tenía a mi lado se dirigió a mí. Era una chica preciosa, con una mirada azul,
transparente, que me atravesaba y me acariciaba el interior. Me preguntaba por
el retraso.
Di la sensación de ser un poco lenta, pero es que mi
atención estaba en las sensaciones que me creaba y en ver esa luz sensacional que
despedía ella.
Estuvimos hablando un montón de tiempo, sentí que me
enamoraba por segundos y me dio la impresión que a ella le pasaba lo mismo. Era
de aquellas personas que cuando hablaba te iba tocando el brazo. Me sentía tan
bien que empezó a preocuparme perderla cuando concluyera nuestra charla.
El tren vino y tuve la suerte de sentarnos juntas. Hablamos
de un montón de cosas y al final, llegando a nuestro destino, mientras estaba
reuniendo fuerzas para pedirle su teléfono (estaba muerta de vergüenza), con la
naturalidad más grande que pueda existir, me pidió el mío y me hizo una
perdida.
Ayer por la tarde, un día después de conocernos, me llamó
para quedar a tomar algo.
La veré esta tarde. Vuelvo a sentir ratoncillos en mi
estómago. Ya os contaré.
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