24/4/08

¡Cariño, fóllame!

Este fin de semana nos vamos a conocer. Huelga decirles lo nerviosa que estoy. Quiero montarle una cena romántica. Para ello tengo pensado llevarme una maleta con todo lo necesario, velas, comida para ocasión especiales, un buen vino…Todo tiene que salir perfecto. No quiero decepcionarla. Nos hemos visto por foto y a pesar de que su físico me ha chocado mucho porque no se parece en nada a la mujer que he estado imaginándome hasta ahora, creo que, una vez que me acostumbre a su imagen, será la mujer de mi vida. Mi pregunta es la siguiente: ¿Cuándo nos metamos en la cama, salgo desnuda del lavabo tarareando la música de Nueve semanas y media o me pongo el pijama en espera de que me lo quite ella? (No quiero parecerles mojigata, ni tampoco todo lo contrario, una lanzada).

Llegué al hotel unas horas antes que ella. Me encontraba muy nerviosa por si fallaba algo. La recepcionista del hotel me preguntó si tenía habitación reservada y yo le dije: “Sí, una habitación de matrimonio a nombre de SoyTuyaPaSi, por favor” (en realidad es “SoyTuyaParaSiempre”, pero no le cabe el nick entero). Mi corazón latía velozmente mientras la señorita comprobaba la reserva. Se me ocurrió pensar que lo mismo no existía tal reserva, que me había tomado el pelo y no pensaba venir. Duró poco mi angustia porque en seguida me dijo: “Aquí está. Tendrá que ser una doble, no nos quedan de matrimonio”. Y la verdad, a mí me dio igual. Me dio un llavero en el que colgaban una herradura y una llave. Era la habitación 333.

Llegué al piso, busqué el número y abrí la puerta intentando evitar dar con la herradura en la madera, cosa ardua. La habitación era pequeña. El armario quedaba detrás de la puerta de entrada. Era de una hoja, empotrado y colgaba una percha torcida de color amarillo en su interior. Las paredes de la habitación estaban enmoquetadas en granate. Unas cortinas del mismo color, aunque de tela más brillante, colgaban delante de la única ventana. Dos camas separadas por una mesita de noche y un pequeño tocador eran los únicos muebles existentes. Ni silla tenía el tocador, ya que debido a la falta de espacio era necesario sentarse en los pies de la cama si se pretendía hacer uso de él. La puerta del lavabo estaba abierta. Me di cuenta por el olor a desagüe que desprendía la habitación. Abrí la luz y lo observé. Qué maravillas hacen los arquitectos: en el espacio en dónde cabe una bañera, habían logrado poner un water y un pequeño lavamanos. De encima del water salían dos grifos y una ducha, estilo alcachofa, adosada a la pared. No existía la bañera, más que nada porque no cabía.

Dejé las maletas y miré el reloj, tenía casi dos horas para montar la escena de seducción. Lo primero que hice fue sacar la mesita de noche de en medio y juntar las dos camas. No llegaba el cable del teléfono a la nueva ubicación de la mesilla, por lo que dejé el aparato debajo de una de las almohadas. Con un poco de suerte, no se daría cuenta. Abrí la maleta y el primer problema que tuve fue que no tenía en dónde poner las velas, al final eran de esas de cumpleaños porque no había podido encontrar otras. Pero como una es muy apañada y de estas cosas siempre sale, cogí el papel de water y empecé a mascarlo haciendo bolitas lo suficientemente grandes para que aguantaran el peso de las velas. Las pegué en el tocador, formando un corazón. Soy así de romántica, ya me conocen ustedes. No sabía en dónde disponer la comida. Había ocupado lo único que nos podía hacer de mesa. Se me ocurrió extender una de las toallas a modo de mantel por encima de las camas (ahora juntitas). Si íbamos con cuidado no mancharíamos nada.

De la maleta saqué los apetitosos manjares. Me fui al baño y aprovechando la tapa bajada del WC, previo sacar la cinta que indicaba una buena higiene, con una navajita que me gané el segundo años en los Scouts, quise cortar una lechuga iceberg, estilo juliana. Acabé troceándola con los dedos como si estuviera tronchando judía tierna. Qué nerviosa me puso la dichosa arma blanca, tuve que realizar una serie de respiraciones que había aprendido en clases de relajación. Desfilmé la bandejita que contenía un par de manitas de cerdo y la dispuse encima del improvisado mantel, añadiéndole unos supuestos tomates macerados. En seguida se mezcló el olor del guiso con el del desagüe. Para solucionarlo, atomicé un poco de mi colonia, 212 (es el nombre de la colonia “tuguantu”, no la cantidad de veces que usé el atomizador), por la habitación. Dispuse unos rollitos de jamón dulce en un plato de plástico y los cubrí de salsa barbacoa (me dio la receta una amiga). Opté por dejar la bolsa de cortezas sin abrir, para que no se volvieran blandas. Me di cuenta entonces, de que me había olvidado el vino. Menudo fallo. Suerte que el agua del lavabo era potable y que en la repisita de cristal que había junto al espejo reposaban dos vasos cuidadosamente esterilizados.

Una vez puesta toda la mesa, observé la creación desde un rincón de la habitación. Realmente soy una persona muy romántica. Seguro que con ello le acabaría de conquistar el corazón. Me había olvidado también de las servilletas. Con papel de WC y algo de conocimientos de papiroflexia, hice unos cisnes y los dispuse al lado de los platos de plástico, dando por acabado con ello la preparación de la cena. Ahora ya podía disponerme a esperarla.

************

Golpeó suavemente en la puerta y me levanté como un resorte a abrir. Miré el reloj. Llegaba puntual. Volvió a golpear, esta vez más fuerte y abrí sin más demora. Nuestro primer contacto visual fue casi eléctrico. A mí me costaba respirar. Mis pechos subían y bajaban con una velocidad provocadora. Me descubrí jadeando. Fue curioso el hecho de que, a pesar de que me importaba poco el físico, me impactó verla. Ahí me di cuenta de que realmente no la conocía de nada. Me hizo un gesto para que me apartara y la dejara entrar en la habitación. Cerró la puerta tras de sí y dejó la maleta en el suelo. De forma brusca, se abalanzó sobre mí y me besó inesperadamente mientras me abrazaba. Me dio la impresión de que lo hacía porque pensaba que yo lo anhelaba. La sorpresa hizo que me desestabilizara y apoyara mi espalda en la pared del pequeño pasillo para evitar caerme. Con ganas de comunicarle pasión y pensando que era lo que ella también esperaba, le devolví el beso; pero tal fue mi torpeza que sólo conseguí que mis dientes chocaran contra los suyos. Se separó un momento y sonrió y, apretando fuertemente su cuerpo contra el mío, empezó de nuevo a besarme con pasión y locura. Estuvimos un buen rato rodando por la pequeña pared del pasillo besándonos bajo la flechita roja de “Usted está aquí”, perteneciente al cartel de "En caso de incendio". Como el calor iba subiendo, ella me fue conduciendo a la comodidad de la cama.

Nos enredamos en abrazos y besos y empezamos a rodar por encima del “tálamo”. Ya poco me importaba la cena. Estábamos impacientes por conocernos, en el amplio sentido de la palabra. Mi temperatura aumentaba por momentos y necesitaba sacarme la ropa, pero mi vergüenza impedía que yo misma lo hiciera. Pensé que si empezaba a quitarle la suya, ella haría lo propio. Estábamos estiradas en la cama. Entre nosotras había rodado uno de los tomates de la cena (con la emoción del momento, ya no me acordaba de que tenía “la mesa” preparada para cenar). Yo quise incorporarme un poco para sacarlo. Cuando ya lo había cogido, aguantada sólo por un codo, perdí el equilibrio y caí sobre ella, dándole con mi barbilla en su pómulo. Soltó un gritito de sorpresa y dolor. Me quería morir. Le pedí mil disculpas y ya me disponía a retirarme de encima cuando me acercó de nuevo y me volvió a besar.

Empezó a quitarme la ropa, de una forma suave pero con decisión. Cuando logró sacarme el sujetador, que se me suele encajar entre los pechos y las costillas, se quedó maravillada con tanta extensión. Yo sonreí complacida y algo avergonzada. Al verla parada y mirándome, pensé que me indicaba que ahora debía desnudarla yo. Sentadas las dos en la cama, de frente, cogí su camiseta y la subí para sacársela. Ella ayudó levantando sus brazos. No sé si la pasión hace sudar, el caso es que la camiseta no se deslizaba como yo pensaba. Se había quedado atascada. Me puse de rodillas para tener más espacio de impulso y con un brusco estirar, logré sacársela. Volví a caer encima de ella. Esta vez, uno de mis pezones quedó dentro de su boca y, tras unos instantes de confusión, no lo desaprovechó. Mi excitación llegó rápidamente y ya pasé de vergüenzas y tonterías. Me puse en pie y me desabroché el pantalón. Me lo saqué y haciendo amago de streaptease lo lancé por encima de su cabeza con una serie de movimientos descoordinados y nada sutiles. No hice caso a su arqueo de ceja. Me bajé las bragas. Tras sacar uno de los pies, las impulsé hacia arriba con el otro queriéndolas coger en el aire con la mano. Calculé mal y me di con la pata de la cama en el dedo meñique del pie. Se me nubló la vista de dolor. Intenté no perder la sonrisa, para que no se diera cuenta de lo que me había pasado y me senté a su lado, acariciando, sin intención, su pierna, a modo de disimulo. Mi respiración volvió a ser jadeo para evitar el desmayo, esta vez. Cuando me recuperé, me di cuenta que ella ya se había desnudado del todo y estaba tendida, ofreciéndome su cuerpo, totalmente desconocido para mí.

Me tendí a su lado. Su brazo derecho había quedado debajo de mi nuca y quise girarme para abrazarla y besarla. Dada mi constitución y mi poca agilidad, al realizar el giro, con mi cuerpo, le pellizqué su pezón derecho contra la cama. Chilló de dolor. Mientras se lo masajeaba, la miraba sentada y desesperada. Ella empezó a darse cuenta de que yo no era ninguna joya en la cama. Al final, armada de paciencia, me estiró y se puso encima de mí. Me dijo: “Estate quieta, déjame hacer a mí”. Y así lo hice.

Recordé, de nuevo, que tenía puesta la “mesa a los pies de la cama” cuando, con un exceso de incontrolado movimiento, tras giros y requiebros, encontrándome sobre ella, intenté patear el otro tomate que ya había rodado hasta nosotras. No lo conseguí, por lo que tuve que repetir la operación varias veces. Al final opté por acompañarlo con el pie. Hallándome absorta en la tarea de evitar chafar el tomate y con mis anteriores patadas espasmódicas, descubrí que ella se pensaba que yo… Bueno, ya pueden imaginarse la escena. En ese momento estaba encima de ella y había ido bajando por su cuerpo intentando conducir con el pie el tomate hasta el borde de la cama para que cayera al suelo. Empezó a gemir de placer y a contornearse. Me cogió la cabeza con las dos manos y la apretó contra su vientre, tapándome los orificios nasales. Aguanté cuanto puede. Al final, con un sacudir brusco de cabeza, recuperé la respiración. Solté como un gutural gemido a modo de placer, para disimular, mientras que con el pie derecho, impulsaba el tomate al vacío. Entonces ella con voz lasciva me dijo: “Cariño, fóllame”.

¿Follarla? Dios mío, si no había manera de poder hacerlo. Al depositar el pie en la cama, calculé mal. Noté que lo hundía en lo que en seguida reconocí como la salsa de las manitas de cerdo. Suspiré profundamente; qué noche. Al oír mi exhalación, se pensó que ya me había recuperado y volvió al ataque conmigo. Mientras intentaba que el pie no tocara la sábana, notaba como la sustancia iba, poco a poco, chorreándome la pierna. Me giró y se puso de nuevo sobre mí. Mi cabeza dio sobre algo duro, pero no tuve tiempo de pensar en ello porque me hizo rodar 360º. Entonces noté como un cordón en mi cuello. ¿Era amante del sadomasoquismo? Pensé que me había metido en un lío y que debía de salir de él de la manera más digna que pudiera. Empecé a oír un tu-tu-tu-tu. Me costó adivinar que lo que ocurría es que se me había enredado el cable del auricular del teléfono que, con tanto giro pasional, se había salido de debajo de la almohada. Solté todo el aire que contenían mis pulmones; qué mal lo había pasado por un instante. Como pude, me saqué el cordoncillo del cuello. Ella andaba perdida en mí, mucho más abajo.

Estimadas, me permitirán elidir el resto de la noche. Aunque no se hagan demasiadas ilusiones, porque pueden imaginarse que la cosa continúo en el mismo tono.

Entro jugos y humedades llegó el momento de abandonar la habitación. Cerré la puerta de la habitación con un suspiro. Ahí quedaba mi deseado fin de semana junto con un extraño hedor a desagüe, feromonas y comida.

18 comentarios:

Geminis dijo...

Es lo que tiene hacer deporte de riesgo con desconocidas....

Un beso.

Marcela dijo...

Jjajajaaaaa, menuda experiencia.

Blau dijo...

que fort!...

Irreverens dijo...

No me lo he leído Dintel.
Me lo guardo de auto regalo para cuando termine el proyecto que tengo entre manos.
:)
petons

la cocina de frabisa dijo...

Los jueves por la tarde trabajo en un programa de anticoncepción para jóvenes, no tiene nada que ver con mi trabajo habitual, pero me encanta y esa relación con adolescentes me tonifica. He llegado hace un ratito, literalmente muerta, la tarde se ha unido a mi jornada diaria de 8 a 3.

Cuando he visto tu largo post, me he asustado un poco, pero me lo acabo de leer y me he partido de risa. Seguro que para ti no fue tan gracioso pero lo has contado con mucho arte, jajajajajajaj.

Estas cosas, pasan. Con el tiempo también tu te reíras, seguro.

besitos, guapa

Sandra Sánchez dijo...

Un buen relato cómico, me ha gustado porque lo he leído sin perder el interés y con una sonrisa todo el rato. He "visto" la escena en todo momento, me ha recordado (salvando las distancias) al camarote de los hermanos Marx con tanta acción en tan poco espacio...muy bueno Dintel.

eFi dijo...

Comparto el comentario de pulgacroft, y ... me desorientas!

marta dijo...

No sé per què esperava un post de cuina però he sortit guanyant amb aquest. Trobo més a faltar un somrirure que un plat de cap-i-pota. Gràcies.

Raquel dijo...

Me dejas con una sonrisa en la boca. No están nada mal esas citas que siempre conllevan una buena dosis de sorpresa.
Un abrazo

prófuga dijo...

sólo puedo decir: jajajajajajajaja...

Anónimo dijo...

Ja, ja, ja.... tremendo!

Mármara dijo...

Buenísimo, Dintel, buenísimo. Lo he leído con la sonrisa puesta y hasta he soltado unas cuantas carcajadas. Gracias por el ratuco.

Morgana dijo...

jajajaja buenísimo!

Anónimo dijo...

ja,ja,ja,ja... dintel, permíteme el consejo... puede ser mejor que la próxima vez te dejes de tanto preparativo y simplemente pongas un "do not disturb" en la puerta... jajajaaaa.... qué bueno!!

Pilar Cita dijo...

Buenísimo! Siempre contamos noches de pasión perfectas, pero la verdad es que están llenas de pequeñas "torpezas" como las que cuentas... tal vez no todas juntas, pero si muchas :)

Concha Olid & Sonsoles López dijo...

diosssss que guiquen... consuela saber que la torpeza no es de cuño propio.

Irreverens dijo...

jojojojoooo!!
Sabía que valía la pena esperar a poder leerlo con calma, jajaja!


Chica, has conseguido que lo visualizara todo como si estuviera allí. Genial.
:)

Besos

Concha Olid & Sonsoles López dijo...

Ahora me lo imagino...más.